Pensamiento obsesivo: cuando la cárcel está en mi cabeza.
Pensamientos repetitivos, preocupación excesiva, rumiación, diálogo interno, pensamientos hipocondriacos, resentimiento, crítica interna, ruido mental interminable… En nuestra sociedad, toda la problemática relacionada con la obsesión se está convirtiendo casi en una epidemia, y es generadora de mucho de nuestro sufrimiento intrapersonal.
Vivimos recibiendo información constante, con poca interacción auténtica de persona a persona, con un ritmo acelerado, y la mente en estado de alerta constante. Nos educan y educamos en la evitación del error, la contención, el autocontrol a veces demasiado precoz de la espontaneidad, la competitividad, el “nunca es suficiente”… Un caldo de cultivo que favorece el pensar sobre el actuar, y mucho más sobre el sentir.
Si te identificas a ti mismo como una persona con tendencia a estar demasiado “en tu cabeza”, es fácil que puedas reconocerte en algunos de los siguientes rasgos y comportamientos:
- Fantasía de control: necesidad de controlar todos los factores que ocurren a tu alrededor, de minimizar riesgos, de influir sobre todas las variables… (como si eso fuera posible).
- Poca tolerancia al error: perfeccionismo, contención, tendencia más a la reflexión que a la impulsividad.
- Poca tolerancia a la incertidumbre: cuesta asumir el hecho de que el futuro es en su mayor parte incierto e imprevisible, hagamos lo que hagamos.
- La espontaneidad, la vitalidad, la capacidad de juego, de disfrute… están disminuidas.
- Un elevado nivel de ansiedad interna, a menudo muchos miedos e inseguridad.
- Represión y contención emocional. En general, cuanta más tendencia obsesiva tiene una persona, menos emoción expresa en la relación. Especialmente el enfado suele estar muy prohibido. En lugar de las emociones más primarias y auténticas (enfado, tristeza, miedo, alegría) tienden a aparecer sentimientos sustitutivos más filtrados por el pensamiento, como por ejemplo culpa, resentimiento y vergüenza.
Es posible que en tu historia haya habido un cierto nivel de tensión implícita en las relaciones significativas, quizá figuras parentales exigentes, para las que nunca nada era suficiente, poco tolerantes con las emociones vibrantes de los niños, a menudo también perfeccionistas y obsesivas. En esta situación el niño o niña aprende demasiado pronto a pensar antes de actuar, quedándose por el camino gran parte de su vitalidad y espontaneidad naturales. Una vez instaurada esta forma de vivir la vida, es difícil estar en el presente, relajarse, disfrutar, relativizar…
En terapia, con tiempo e implicación, podemos abordar las dificultades y limitaciones que conlleva pensar “de más” y, por lo general, en bucle. En una relación segura, de respeto y trabajo conjunto, abordaremos cada una de las facetas del funcionamiento obsesivo. Como pinceladas generales, podemos tener en cuenta que la solución suele pasar por:
- Construir una relación terapéutica en la que se pueda ser “uno mismo” y sentirse aceptado incondicionalmente, sin temor de ser criticado, juzgado o de no ser suficiente.
- En el marco de esta relación, expresar las emociones reprimidas, en particular el dolor, el miedo y la rabia.
- Entrenar la atención plena y consciente en el aquí y el ahora, si es necesario con técnicas de autoconsciencia corporal, mindfulness, meditación, relajación psicosomática.
- Aprender, cuando vuelve el habito de la obsesión, a ponerse límites a uno mismo, decirse “BASTA” y tomar activamente la decisión de enfocar la atención en otra cosa que no nos permita obsesionarnos: llamar a alguien, oír música, hacer una tarea manual…
- Trabajar para hacer posible incrementar el tiempo que estamos en relación y la intimidad de esas relaciones. Casi siempre que hay obsesión ha habido y hay un profundo sentimiento de soledad que ha habido que rellenar con diálogo interno, así que, cuanta más relación pongamos fuera, menos hará falta por dentro.
- Pensar si la obsesión está cumpliendo alguna función. A menudo nos obsesionamos para evitar algo: una decisión, un recuerdo, un sentimiento, un duelo…
- Buscar otras formas de autorregulación y manejo de la ansiedad: relajación, expresión artística…
- Movilizar la energía del cuerpo, que suele estar un poco desvitalizado: favorecer actividades como deporte, movimiento, terapias corporales…
- Construir y afianzar proyectos y sueños ilusionantes donde poner tu energía.
En definitiva, se trata de dejar poco espacio al pensamiento obsesivo y la fantasía paralizante, construyendo una vida con la que ilusionarnos y nos merezca la pena vivir, y así estar lo suficientemente implicados en el aquí y el ahora como para no poder, no querer y no necesitar engancharnos en la rumiación del pasado y la anticipación del futuro.