¿Qué necesitan los niños de nosotros? Las necesidades relacionales en la infancia.
Los niños y niñas necesitan de los adultos. Necesitan protección, cuidados, nutrición, hábitos, seguridad… Necesitan un ambiente rico en estímulos, pero no hiperestimulante y con cierto orden interno, un ambiente seguro y relajado, en el que puedan avanzar con sus logros y autonomía. Necesitan normas que les hagan caminar seguros, sabiendo que los mayores en los que confían conocen “el mapa” y se lo van a ir enseñando poco a poco. Necesitan límites que no se traspasan por ninguno de los lados de la relación, como el respeto por los demás o el cuidado mutuo.
Hoy nos vamos a centrar en ese tipo de necesidades que son esenciales para el desarrollo de un sentido positivo de uno mismo y que se satisfacen exclusivamente en el marco de un contacto interpersonal de intimidad: las NECESIDADES RELACIONALES.
En este artículo expongo algunas ideas sobre cómo lograr que los niños obtengan de la relación con los adultos que les rodean, especialmente sus padres, la satisfacción de cada una de ellas, lo que favorecerá un desarrollo afectivo, psicológico, cognitivo y conductual sano.
¿Cuáles son las necesidades relacionales más importantes?
Seguridad.
Es la necesidad primordial con la que los bebés llegan al mundo, la experiencia visceral de que su vulnerabilidad física y emocional no va a ser dañada. Esto implica proporcionar al bebé un entorno seguro y básicamente de cuidados, donde no falte el contacto físico respetuoso, y que a medida que crezca irá tornándose además en un ambiente en general libre de críticas, juicios y, por supuesto, insultos o agresiones.
La seguridad es el sentimiento de que uno puede mostrarse tal como es y, simultáneamente, estar en armonía con otro. En este contexto uno puede mostrar su vulnerabilidad, sus limitaciones, sus aspectos más íntimos, y saber que, pase lo que pase, no va a ser dañado.
Sentirse validado e importante
A medida que el niño empieza a ser consciente de sí mismo en la relación, necesitará sentir que es tenido en cuenta, y que sus pensamientos, actos, afectos, fantasías, necesidades… nos interesan, simplemente porque son suyas, porque tienen un valor para nosotros, aunque podamos no estar de acuerdo o entenderlos del todo.
Necesitan percibir ese brillo en la mirada al verlos, ese contacto espontáneo que deja bien claro que nos gustan, que queremos estar con ellos, y que aunque a veces la relación pase por dificultades, estar juntos nos merece la pena.
Contar con un adulto estable, confiable y protector
Los niños necesitan tener cerca a otros más fuertes, más sabios, más consistentes, de quienes obtengan protección, orientación y guía. Necesitan un buen liderazgo y alguien que con su propia personalidad marque una dirección que guíe el impulso de crecer.
Esto implica algo importante para todo aquel que se relaciona con niños, bien a través de la crianza o de manera profesional: la responsabilidad de ser un buen modelo, alguien a quien nos gustaría que nuestros niños quisieran parecerse, y de crecer para estar suficientemente a la altura de lo que los niños necesitan ver en nosotros y nosotras.
Vivir experiencias compartidas
Se trata de la necesidad de compartir la experiencia personal, de ver que otras personas viven o han vivido experiencias parecidas y de “hacer” en contacto con otro.
Los niños necesitan pasar tiempo con nosotros, que hagamos cosas juntos. No vale el “tiempo de calidad” si son diez minutos al día. Vale compartir tiempo de vida aunque sea para hacer cosas insignificantes, sólo por el placer de hacerlas juntos.
A medida que crecen, también necesitan saber que, una vez, fuimos niños y tuvimos dificultades, sentimientos y fantasías similares a las suyas. Necesitan que les contemos.
Por otro lado, esta necesidad nos habla de facilitar la posibilidad de estar con otros niños y niñas, proporcionando espacios seguros física y afectivamente para que se lleven a cabo estas relaciones entre iguales. Esta necesidad va apareciendo sobre los 2-3 años y se va haciendo más fuerte a medida que el niño crece, hasta alcanzar su punto culminante en la adolescencia.
Autodefinición
Desde las primeras actividades motrices y ¡una vez más!, alcanzando su culmen en la adolescencia, está la necesidad de descubrir, elegir y expresar la propia singularidad (lo que soy, lo que pienso, lo que me gusta, lo que no me gusta…), y recibir reconocimiento y aceptación por el otro.
Debemos evitar en la medida de lo posible las etiquetas impuestas, tanto positivas como negativas, afirmaciones como “esta niña es muy…”, “desde que nació ha sido…”, y calificar en todo caso las conductas y expresiones concretas sin abarcar con nuestra opinión la personalidad del niño o niña. En resumen, protegerle de nuestras generalizaciones y prejuicios.
Es importante que posean cierta autonomía para que sean dueños de sus logros, acompañarles y celebrarlos con ellos, pero tener por norma general no hacer por ellos lo que pueden aprender a hacer solos (sin perjuicio de que hacer algo por otra persona es una estupenda muestra de cariño). Así podrán ir “viviéndose” y “descubriéndose” a través de su experiencia.
De manera normal en algunos momentos del desarrollo, o por la ausencia de reconocimiento y aceptación en otros, la expresión de la auto-definición a veces toma forma de oposición y búsqueda activa de conflicto. Nuestra actitud debe ser la de comprender la función de la conducta, revisar lo que está percibiendo el niño, y mantener la firmeza en lo que consideramos importante, con una presencia consistente de respeto incluso ante el desacuerdo.
Tener un impacto en la otra persona
Necesitamos sentir que podemos influir en los otros de alguna manera: atrayendo su atención, influyendo en su conducta, variando su emoción…
En niños pequeños significará en general dar respuesta a sus expresiones emocionales, por ejemplo proporcionando consuelo cuando está triste, promoviendo seguridad cuando está asustado, tomándolo en serio cuando está enfadado, y compartiendo su alegría cuando está contento. A medida que el niño va creciendo, la sintonía con esta necesidad incluirá solicitar su opinión, discutir positivamente, y llegar a acuerdos.
En niños mayores y adolescentes, el no cubrir esta necesidad puede suponer su exigencia a través de conductas problemáticas: malos resultados escolares, conductas inadecuadas, ruptura de normas y límites conocidos, lenguaje agresivo… Como sugerencia, parémonos a pensar si obtienen más atención e impacto así que cuando buscan nuestra atención de manera más saludable.
Necesidad de que el otro tome la iniciativa
Las relaciones se vuelven más importantes y satisfactorias cuando vemos que no siempre es uno mismo el que tiene que buscar la atención, ayuda o implicación del otro.
Iniciar juegos, acercarnos activamente al niño, ser quienes le buscan después de un enfado, tener un detalle inesperado, preguntar por sus cosas… Son ejemplos de situaciones en las que se satisface esta necesidad.
Necesidad de expresar amor
Mucho de lo que hacen los niños cuando están con nosotros es una expresión de amor. Sus gracias y ocurrencias, su emoción cuando llegamos a casa, el mostrarnos sus logros, sus demandas y preguntas, su búsqueda de contacto físico, el querer hacer algo con nosotros…
A veces convivir con niños puede resultar agotador y puede ser desbordante para el adulto tener un papel tan central en la vida de alguien. Es importante buscar espacios para satisfacer nuestras propias necesidades (en el fondo tan parecidas a las de los niños), pero es nuestra responsabilidad que sientan que, por regla general, sus expresiones son aceptadas.
¿Cómo podemos asegurarnos de que la relación que tenemos con un niño está cubriendo sus necesidades?
Puede parecer complicado y exigente estar atento o atenta a tantas cosas y responder en consecuencia, especialmente cuando nos encontramos cansados, estresados o con nuestras propias necesidades en “stand by”. Me parece importante recalcar que no importa tanto la perfección en cada una de nuestras transacciones, ni la ausencia de errores, sino que la tónica general de la relación vaya en esta línea, y que las crisis inevitables nos ayuden a ir replanteando y actualizando la relación, porque no debemos olvidar que con un ser humano en crecimiento, ésta es nueva a cada paso.
Si pasamos tiempo con los niños, estando verdaderamente presentes (sin móviles, televisión u otros distractores), si estamos atentos y somos sensibles a sus expresiones e ideas, si nos implicamos en la relación y podemos “sintonizar” con ellos, muy probablemente ya estamos dando, de manera natural, una respuesta recíproca adecuada a cada necesidad.
Pero en muchas ocasiones, por más que nos esforcemos, vemos que falta algo, que hay demandas que no toleramos o que algo falla en la relación. En estos casos puede ser un punto de inflexión necesario buscar ayuda para resolver nuestras propias carencias, para vernos desde fuera y mirar si el niño o niña que fuimos, y el adulto que somos, tienen resueltas estas necesidades. Con ayuda y trabajo personal, la relación podrá fluir en esta línea de manera natural.