Trauma y estrés postraumático
A lo largo de la vida todos sufrimos episodios dolorosos que, en general, una vez asimilados y superados se convertirán en recuerdos, tal vez no agradables, pero que entendemos como experiencias pasadas y terminadas. Quizá incluso estas experiencias nos han ayudado a crecer, a poner en juego nuestros recursos y capacidades, a definir nuestras prioridades y proyecto de vida… Y sin embargo, a veces ocurre que estos eventos tienen consecuencias limitantes para nosotros, como se suele decir, “no logramos superarlos”.
Ejemplos de eventos traumáticos son situaciones de abuso o negligencia, pérdida de seres queridos, catástrofes, accidentes, episodios de violencia o maltrato… Sin embargo, no es sólo la naturaleza de lo que ocurra lo que determinará su condición “traumática” para la persona, sino la manera en que lo conceptualizamos y “colocamos” dentro de nuestra experiencia, así como la manera en que influye en las creencias sobre nosotros mismos, los demás y lo que se puede esperar de la vida.
Razones por las que un trauma se puede convertir en una experiencia limitante
- El episodio ocurre en la infancia y no hay un adulto que sepa apoyar la elaboración de lo ocurrido: En esta etapa somos especialmente vulnerables porque no tenemos aún desarrollada la capacidad de conceptualizar y construir un relato de lo que le pasa. El niño necesita de un adulto que se haga cargo de este proceso y le ayude a ordenar una narrativa comprensible. Además, en estos años se está forjando nuestra personalidad y nuestras ideas generales sobre nosotros mismos, los demás y la vida, que pueden verse influenciadas por sucesos impactantes.
- Aun siendo adultos, ausencia de una relación que preste el apoyo, consistencia y comprensión necesarias: Puede ocurrir que lo que pase sea simplemente demasiado intenso para ser asimilado por uno mismo, y que no se encuentren en el entorno personas suficientemente cercanas, seguras y consistentes para darle su lugar, para dialogar sobre lo sucedido, para compartir la experiencia…
- Obstáculos al proceso de aceptación y toma de conciencia. Por ejemplo, cuando se evita cualquier conducta o circunstancia que nos recuerde lo vivido, cuando se sobreprotege a la persona y no se le deja participar en las decisiones que conlleva la situación que ha vivido, cuando se le incita a no hablar del tema, o cuando se abusa de los fármacos, ya que se produce un aletargamiento que impide tomar conciencia plena de lo que ocurre alrededor. Es importante aceptar que el sufrimiento tiene que aparecer y que es necesario.
- El suceso viene a “tocar” una herida antigua: A veces una experiencia despierta un recuerdo implícito de algo que ya fue traumático en el pasado, reavivando el dolor de una herida que había sido sobrellevada, pero no curada.
- Trauma acumulativo: Se suele entender el trauma como un gran acontecimiento que sucede en la vida de alguien, pero en realidad un trauma es cualquier hecho (grande o pequeño, puntual o continuado, evidente o poco llamativo), que tiene un efecto negativo duradero en la persona que lo sufre. Así, existen los llamados traumas con t minúscula (deprivación, negligencia, culpabilización, falta de respuesta parental…) frente a los grandes Traumas con “T”. Una presencia continua de traumas “t” a lo largo de la vida por parte de las figuras de apego, puede ocasionar grandes conflictos a nivel interno, llevando a una falta de seguridad, y a la presencia de creencias desadaptativas. En ocasiones es más complicado integrar y contextualizar un trauma de este tipo en comparación con un gran acontecimiento impactante, ya que es más difícil de secuenciar, poner palabras, separarlo de la propia identidad…
La terapia del trauma
Como hemos dicho, el efecto del trauma no depende sólo de lo que efectivamente ocurrió, sino en cómo la persona lo vivenció (solo o acompañado, desesperado o con esperanza, activo o pasivo…), y qué oportunidades tuvo después para comprender, compartir y expresar las emociones que surgieron.
Por tanto, el principal foco de la terapia debe estar en establecer una relación segura en la que la persona pueda “revisitar” poco a poco el trauma e integrarlo en la conciencia, pero esta vez contando con el apoyo de alguien sensible con sus necesidades, e implicado en el bienestar de la persona. En este contexto se puede liberar la contención emocional que fue necesaria, y también hacerse dueño de la escena recordada, traerla a la conciencia añadiendo elementos de esperanza, apoyo y redecisión.
Es normal que la persona sienta una enorme reticencia a recordar, pensar, sentir, hablar… Es normal que una parte de ella quiera continuar su vida haciendo punto y aparte e ignorando lo que ocurrió. No obstante, la clave es implicar y fortalecer a esa otra parte que quiere ser escuchada, acompañada, acogida, y que también quiere enfrentarse a la herida para poder curarla y seguir delante de manera más libre.
El objetivo último es ayudar a la persona a vivir en el presente, comprendiendo de una manera profunda que lo sucedido, aunque sea doloroso incluso recordarlo, terminó, y no tiene que ver con su realidad hoy, no tiene por qué condicionar su futuro, recuperando así su flexibilidad y capacidad para el contacto interno y externo.
Una técnica que se suele utilizar como apoyo para desensibilizar y reprocesar los recuerdos traumáticos es el EMDR (Eye Movement Dessensitization and Reprocessing). Se trata de la utilización de movimientos oculares y otras formas de estimulación rítmica bilateral, que implica los dos hemisferios del cerebro, facilitando que la información “congelada” sea desensibilizada, procesada e integrada adaptativamente. De la misma manera, también el arte, el movimiento y el juego dentro de un contexto relacional terapéutico activan ambos hemisferios y se han demostrado útiles para apoyar la integración de recuerdos traumáticos.