
DUELO: EL PROCESO DE DECIR ADIÓS
Las heridas duelen. Las pérdidas duelen. Las ocasiones perdidas duelen. Los sueños rotos duelen. Las despedidas duelen. Los que se van, duelen… Los duelos duelen.
No existen las fórmulas mágicas para evitar el dolor, a no ser que pasen por separarnos de lo que sentimos, de los que somos… en definitiva, que pasen por hacernos ser menos “nosotros”. Para bien y para mal, el duelo, hay que pasarlo.
Pero ¿qué pasa cuando se vuelve inacabable, cuando lo invade todo, cuando ya nada vuelve a ser igual, cuando parece que ya no voy a poder estar bien? Entonces, ha llegado el momento de indagar de dónde surgen las dificultades para decir adiós. Y quizá, de buscar ayuda para aceptar que, lo que pudo ser, ya no será, y que a pesar de todo, lo que venga merecerá la pena.
Cuando hablamos de duelo, hablamos de un proceso natural de respuesta ante la pérdida, bien sea de un ser querido, de una circunstancia vivida, de un proyecto… Ante una situación así, necesitamos explorar lo que se ha perdido, comprender todo su significado, mirarlo de frente en toda su magnitud… y encontrar una respuesta sintónica en una persona cuidadosa e implicada. Pero, a menudo, no encontramos en nuestro entorno el apoyo y la comprensión que necesitamos, o al menos no de manera continuada.
No es fácil quedarse junto a la persona que sufre, no es fácil escuchar lo que duele y cuánto duele, no es fácil acompañar la tristeza, la rabia, la impotencia, el miedo… Por eso a veces la persona termina por decidir quedarse con todas sus emociones dentro, asume que está sola en esto, y dedica su energía a aguantar, a seguir adelante, a no pensar, a que no se note demasiado su sufrimiento. Y se separa un poquito de sí misma, perdiendo energía, vitalidad y salud emocional.
Por otra parte, cuando ocurre la pérdida de una persona significativa, nos encontramos que los duelos más difíciles son aquellos en los que la relación estuvo plagada de emociones que no fueron expresadas y de cosas que no fueron dichas. ¿Cómo decir adiós cuando aun no se ha dicho un auténtico y gran “hola”? Hola, este soy yo. Hola, así que este eres tú.
Paradójicamente, las relaciones en las que no hubo un auténtico contacto, en las que no me sentí reconocido ni llegué a conocer auténticamente a la otra persona, que sin embargo era tan importante para mí, son en las que el proceso de duelo se suele quedar estancado, sin dejarnos pasar página. Quizás hubo mucho enfado que no se nombró, quizás decepciones y esperanzas rotas, quizás hubo miedo… Entonces, ante la pérdida, nos invade la culpa por no sentir lo que se supone que deberíamos estar sintiendo, o por sentir cosas que nos resultan inaceptables. Y el proceso se bloquea.
En estos casos es cuando se hace aun más importante contar con alguien que nos ayude a exteriorizar todos esos sentimientos, y a buscar la manera de “encontrarse” con nuestro recuerdo de la persona fallecida, con lo bueno y lo malo, acompañados de otro que no juzga ni cuestiona, que simplemente nos ayuda a poner palabras y orden a lo que nos pasa por dentro. Para poder decir un auténtico y sincero “adiós”.
En terapia, la persona en duelo tiene una oportunidad para trabajar y elaborar lo ocurrido, y hacer posible la integración de todas sus experiencias, las de antes y las de después de la pérdida, las buenas y las malas, para poder seguir adelante con libertad y autonomía.