La Silla Vacía

Lo que no se puede decir, lo que quedó por ser dicho, lo que nunca dirías, lo que dirías si pudieras, lo que te dices a ti mismo, lo que quieres decir pero no sabes cómo… Hay palabras que nunca encuentran su espacio en la relación.

Una de las técnicas más utilizadas en las terapias humanistas, es la de la Silla Vacía. Conocida sobre todo por su uso en la Gestalt, su origen se encuentra en el Psicodrama de Jacob Levy Moreno, y es muy común su uso también en el Análisis Transaccional o la Psicoterapia Integrativa.

En un momento dado, el terapeuta pone una silla delante del cliente y le propone que visualice allí a algo o alguien, que lo describa y comience a hablar como si realmente estuviera ese algo o alguien sentado en la silla. Puede ser una persona de nuestro pasado, alguien del hoy, un síntoma, algo imaginado… De esta manera logramos poner palabras a sensaciones difusas, pudiendo llegar a comprender aspectos de la relación que se nos escapan, de alguna manera viéndolos desde fuera y dando un cierre a situaciones que no fueron correctamente terminadas.

En ocasiones, no siempre, el cliente pasará a ocupar la silla vacía cambiando así de rol, con lo que se puede establecer un diálogo entre las partes representadas.

Como con cualquier otra técnica, debemos tener en cuenta que éstas siempre están al servicio de la persona y no viceversa, y la importante premisa de que lo que “cura” en terapia es la relación, la relación segura y reparadora que se establece entre cliente y terapeuta. Por lo tanto, el espacio que cualquier propuesta pueda tener en la situación terapéutica vendrá dado por una valoración cuidadosa de la situación, con el permiso del cliente, con un cuidado exquisito de sus límites y con la sensibilidad necesaria para asegurarnos de que no se está sobreadaptando a nuestro criterio ni está siendo demasiado para él o ella.

Algunas situaciones en las que se puede utilizar la silla vacía son:

• Situaciones de Duelo. Ante la pérdida de un ser querido pueden haber quedado muchas cosas por decir, buenas y malas, con lo que a la persona le cuesta más realmente despedirse internamente. Al ponerlo en palabras se puede desbloquear esta sensación e integrar la pérdida en el presente

• Emociones actuales que no pueden ser expresadas. Hay situaciones en las que no podemos expresar todo lo que sentimos. Pensemos por ejemplo en un jefe que no está haciendo las cosas de la manera correcta y nos está perjudicando. Quizá no podemos exteriorizar lo que realmente sentimos, pero por dentro nos crea una incómoda y limitante tensión interna.

• Emociones antiguas ligadas a relaciones importantes. Enfado, amor, admiración, decepción… Quizá en su momento no pudimos expresar lo que sentíamos hacia una persona significativa tal como era entonces. Quizá como niños no teníamos el lenguaje suficientemente desarrollado, o no estaba permitido, o era peligroso, o nos daba vergüenza… Expresar esas emociones, aún cuando sea en situaciones imaginadas, nos permite liberarnos y actualizar la relación con los ojos del adulto o adulta que somos hoy.

• Síntomas: Un problema de origen psicosomático, un pensamiento obsesivo, un hábito resistente al cambio… Si acompañados por una persona protectora y en la que confiemos nos ponemos a “hablar” con ello, es posible que lleguemos a conclusiones que hasta ahora no eran del todo conscientes, pero que tienen mucho que ver con las funciones que cumple un determinado síntoma, y así estemos un poco más cerca de poder resolverlo.

• Conflictos interpersonales. De manera similar a lo que ocurre en un role playing, la silla vacía puede servir para ponerse en la piel de otro, separarse de los filtros con los que percibimos lo que está sucediendo, y de cierta forma, “tangibilizar” lo que puede ser una sensación difusa para entender mejor lo que está pasando y ensayar nuevas formas de comunicación.

Más allá de interpretaciones, análisis o explicaciones teóricas, el valor de la técnica de la silla vacía reside en que proporciona una EXPERIENCIA, algo que verdaderamente ocurre. En ese caso, el cerebro puede registrar lo sucedido integrando conducta, sensaciones físicas, afecto y cognición, tal como ocurre en las experiencias reales, y posibilitando así el “darse cuenta”, la comprensión y el cambio que buscamos en psicoterapia.