Tipos de apego: Te quiero según fui querido
El apego consiste en una serie de conductas recíprocas instintivas que hacen que el niño busque el contacto con sus cuidadores y que éstos sientan el impulso de satisfacer sus necesidades físicas y relacionales.
Tal como Bowlby formuló en la década de los 50, y como posteriormente una gran cantidad de evidencia científica ha confirmado, el tipo de apego con el que nos criamos determina fuertemente nuestra manera de estar en las relaciones futuras, así como nuestras emociones más disponibles, nuestra autoestima, nuestras creencias sobre los demás, incluso en buena medida nuestro desarrollo físico, psicológico e intelectual.
Existe un periodo especialmente sensible para ello, que va desde el nacimiento hasta los 3-4 años de vida, lo que nos da una idea de la importancia de los cuidados, atenciones e intercambios relacionales en esta fase. Esto no quiere decir que sea algo completamente inamovible, ya que, especialmente en circunstancias emocionalmente intensas o acontecimientos vitales importantes, de alguna manera nos “re-sensibilizamos” y estamos más abiertos a cambiar o introducir otros estilos de apego, lo que puede suceder para bien o para mal.
Si en nuestro desarrollo contamos con alguien sensible y sintonizado con nuestras necesidades, alguien con quien se cree un contexto de disfrute recíproco de la relación, entonces mantendremos intacta nuestra capacidad de ser expansivos, espontáneos, creativos, y de relacionarnos con verdadera intimidad. En caso contrario, solemos experimentar una sensación de inseguridad y malestar, y nos apegamos de una manera insegura, desarrollando estilos más o menos estereotipados, que compensan la falta de contacto real.
TIPOS DE APEGO
Cada uno de nosotros por lo general desarrolla más de un tipo de apego, y estos pueden ser más o menos livianos o determinantes, en un continuo que va desde tener un cierto “estilo” en la relación, hasta un trastorno relacionado con el apego.
Cada relación significativa (padre, madre, hermanos, maestros, iguales) tiene un impacto, y estas influencias forman una matriz que puede estar compuesta por diferentes estilos de apego, cada uno de los cuales puede ser utilizado en una situación relacional diferente. Por ejemplo, podemos tener una tendencia a apegarnos de una determinada manera con hombres y otra con mujeres, una con iguales y otra con figuras de autoridad, etc.
Para simplificar, clasificaremos los tipos de apego en cinco, uno seguro, y cuatro vertientes del apego inseguro: ansioso, evitativo, desorganizado y aislado. Esta clasificación y explicaciones básicas están basadas en los escritos de Richard G. Erskine y otros terapeutas relacionales.
Estilo de apego seguro
Es el apego sano, el de la persona que se ha criado en un ambiente relacional en el que sus necesidades eran percibidas y, por lo general, resueltas. Los cuidadores disfrutaban del contacto con el niño, resolvían los fallos inevitables cuando se producían, y éste se sentía cómodo y seguro en su presencia, utilizándolos como base segura para explorar el mundo.
Como resultado, estas personas cuando son adultas, se sienten cómodas en la intimidad y tienen una buena relación consigo mismos y los demás, sabiendo construir relaciones basadas en la confianza y la mutualidad.
Esto no quiere decir que no atraviesen dificultades en sus familias, parejas, trabajos, etc. pero subyace una CONFIANZA BÁSICA, implícitamente saben que los conflictos se pueden resolver a través de la propia relación.
Estilos de apego inseguros
- Estilo de apego ansioso.
Es el de la persona cuyos cuidadores significativos a veces respondían a sus necesidades y a veces no, de manera impredecible para el pequeño. Esto puede ocurrir porque los padres estaban a menudo ausentes, ocupados, preocupados, cansados, o son emocionalmente inestables.
Como consecuencia el niño se aferra en exceso a sus cuidadores, está ansioso por saber si responderán o no, tiene miedo de que se vayan, y ante este miedo renuncia a explorar. No adquiere la seguridad de que estarán ahí cuando vuelva o de que estarán emocionalmente disponibles si deja de exigir su atención constante.
Como adultos, estas personas toleran mal las separaciones y conflictos relacionales, se aferran a las relaciones incluso cuando no son buenas para ellos, y dependen de otro para atreverse a explorar el mundo -y a sí mismos-. Tienden a sobreadaptarse para ser aceptados, y a menudo hacen cualquier cosa para aferrarse a una relación. Un ejemplo es de la persona que está insatisfecha en una relación de pareja pero no la deja, no le gusta su trabajo pero no cambia…
Existe un MIEDO IMPLÍCITO AL ABANDONO, a la pérdida de la relación, y una profunda sensación de necesidad.
- Estilo de apego evitativo.
Ocurre cuando los cuidadores previsiblemente NO responden a las necesidades del niño. Puede suceder cuando están emocionalmente volcados en sí mismos, y se sienten incómodos con el contacto físico, por ejemplo, porque estén atravesando una depresión, tengan sentimientos negativos hacia el niño o sean ellos mismos personas con tendencia a evitar las expresiones de intimidad y afecto.
En este caso el niño llega a una especie de “conclusión” preverbal parecida a: nunca voy a obtener lo que necesito, así que es mejor no necesitar nada. Deja de intentar conectarse con los demás, y también con sigo mismo.
En el adulto, este tipo de apego lleva a rechazar la sensibilidad y la empatía, verlas como un signo de debilidad o algo poco práctico. Declaran ser independientes y no necesitar la ayuda ni la comprensión de nadie, por tanto, carecen de relaciones de verdadera intimidad y contacto.
Sin embargo, lo que subyace es un MIEDO IMPLÍCITO A MOSTRAR SU VULNERABILIDAD y una profunda SOLEDAD.
- Estilo de apego desorganizado.
Este tipo de apego se desarrolla cuando los cuidadores han sido, de una manera consistente y previsible, críticos o agresivos, particularmente cuando el niño expresaba sus necesidades relacionales. Puede generarse cuando ha habido maltrato, insultos, abusos, adicciones, un ambiente plagado de discusiones y peleas…
Estas experiencias son terriblemente confusas para el niño, ya que las mismas personas de las que depende para su supervivencia, son las que le hacen daño.
Las personas con este tipo de apego predominante a menudo tienen problemas para concentrarse y pensar de una manera organizada, y se desarrolla una inestabilidad emocional y un malestar interno que perduran en la vida. La manera de relacionarse se vuelve caótica, a veces dependiendo en exceso y a veces siendo ellos mismos distantes, críticos y agresivos.
Existe un MIEDO FISIOLÓGICAMENTE IMPLÍCITO E INTENSO A SER AGREDIDO.
- Estilo de apego aislado.
En este caso los cuidadores se viven como negligentes, y faltos de la capacidad para conectar con el niño, sintonizarse con su ritmo natural e interpretar sus expresiones emocionales. Son padres ansiosos o emocionalmente poco inteligentes que “no le ven”, a veces le abruman con cuidados que no son necesarios y otras veces no le atienden lo suficiente, y en este “no verle” son controladores e invasivos con su sentido de identidad.
Por ejemplo, el cuidador viste al niño, lo desviste, lo alimenta, lo trae, lo lleva, lo define… según sus propias preferencias, sin tomar conciencia de lo que éste quiere y necesita realmente. No está en sintonía con él, lo cual hace que se rompa el contacto.
En este contexto, mostrarse auténtico y expresar sus necesidades es percibido como algo que genera incomodidad, invasión o ansiedad a su alrededor. El niño decide esconderse dentro de sí mismo, el único espacio donde está relativamente cómodo y seguro, y mostrar una fachada social adaptándose a lo que sus cuidadores ven o quieren ver.
En los adultos se suele mantener la tendencia a esconderse en su propia fantasía, y también suele haber una fuerte crítica interna y dificultades para la expresión emocional.
Sin embargo, lo que subyace es un MIEDO IMPLÍCITO A LA INVASIÓN.
¿Se puede cambiar el estilo de apego?
Sí. Gran parte de lo que hacemos en terapia consiste en ver, entender y reparar los fallos relacionales que existieron, prestando una presencia terapéutica de aceptación incondicional, respeto y contacto pleno. Con tiempo, dedicación, y teniendo en cuenta que es también dentro de un contexto relacional donde debe “reaprenderse” el estilo de apego, se logran cambios importantes y se conquista la ansiada sensación de seguridad.